
25 May CAFE DA MANHA
En los mini-pueblecitos de costa perdidos en la inmensidad del nordeste del gigante Brasil, el sol a las 5 y media de la mañana ya ha despertado a la mayoría.
Las hamacas o “redes” van desapareciendo como lo hacen las lagañas de los ojos de pescadores que se agrupan al rededor de un termo de café en plena “calle”.
En frente pasa la anémica carretera por la que llegan en moto desde casas alejadas otros compañeros y paisanos cayendo como moscas a la red de los “buenos días“. Un paso más y caes a la playa donde reposan las barcas enclenques que le roban el jornal al gran Atlántico día si y tormenta también. Desde retaguardia contemplan la escena preciosas dunas de distintos colores que por la noche intentarán invadir calles y casas con la ayuda de los vientos.
A mí, como cada día, me toca la lotería de ser testigo y participe de estos pequeños otros mundos y otras vidas que llenan la mío. Pongo mi granito de arena con mi pan, dulce de leche y batallitas mientras Ona, mi compañera de dos ruedas, me espera en la esquina para fugarnos en busca del siguiente “cafe da manha”.
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